Día 746. La caja de madera

Entre lo poco que le queda a mi madre en la residencia de lo que era su casa, nuestra casa, se encuentra una caja de madera, ya rota.

"La caja de madera", como así la hemos llamado siempre, es donde mi madre guardaba sus fotos, la mayoría en blanco y negro.

Se había roto y la he cogido para repararla, aprovechando la tarde del viernes.

Mientras escaneo las fotos, para conservarlas en mi ordenador, se me llena el cuerpo de nostalgia y los ojos de lágrimas. Secas.

Me emociono recordando tiempos pasados, tiempos en que fuimos todos felices, porque en las fotos todos reímos.

Están cargadas con la energía del momento, que recojo mientras las paso.

Caras que me costaba recordar, que seguro que estaban escondidas entre esas neuronas que aparcamos en un rincón de nuestro cerebro, y que se reactivan formando el mundo imaginario de "te acuerdas cuando...?"

Un pasado en 2d de color sepia que se apila en forma de vivencias.

De cuando pescábamos en el río Llobregat, porque hubo un tiempo que los ríos llevaban peces y los merenderos hacían su agosto como hoy lo hacen los chiringuitos.

De cuando íbamos a la playa de Comarruga, todo el día, tortilla de patatas en medio, porque había que aprovechar el largo viaje en tren de ida y vuelta.

De la boda de mis padres, una boda pobre, pero llena de felicidad, porque para eso no hace falta dinero.

De los que ya no están, pero mi imaginación abraza: mis titos, mis abuelos, mi papa.

He acabado de arreglarla, con cola rápida. Mi padre me diría chapuzas, con razón.

Él fue quien labró con paciencia la cajita y las iniciales de mi madre, para regalársela hará ya medio siglo, seguramente una tarde con poco trabajo. Quizá también era viernes.

Meto las fotos, cierro la tapa y se me escapa un suspiro.

Me embarga un extraño sentimiento, difícil de definir, como un baño de melancolía.

Como el que se despide de la familia, que emprende un largo viaje.

Demasiado largo.