Día 665. El vagón del pánico

Ya subido en el metro, noté que algo no era normal.

Sí, era hora punta pero las paradas duraban más de la cuenta.

Una rápida consulta a la web de los ferrocatas en la Desi me recordó que había huelga (para variar), así que me bajé antes de hora para activar el plan B: llegar en dos transbordos a la plaça Lesseps y caminar 20 minutos.

Al bajar en la Sagrera para cambiar a la L5, el luminoso que debía indicar el tiempo restante hasta el siguiente convoy anunciaba que no funcionaba la línea. Bonito lunes.

Pregunté a un chico que me dijo que acababa de llegar y no sabía nada. La Sagrera es un andén compartido con la misma línea en dirección contraria. Los vigilantes parecían señalar hacia esa vía y el metro llegaba, no tenía tiempo de informarme.

Me dí cuenta que, curiosamente (no me había fijado hasta hoy) hacia el otro lado también enlaza con la línea verde, así que hice lo que la mayoría, hoy, demasiada mayoría.

El vagón estaba bastante llenito, y se acabó de llenar en las dos paradas siguientes. Me acabó de descontrolar el hecho de que la línea iba en dirección contraria a la que debería, o sea que por esta vía iba el del andén que no funcionaba, y eso era lo que explicaban los de seguridad a los que tenían orejos, entre los que me excluyo.

Entre los apretujones, la chica que llevaba al lado hacía gestos con la mano como intentando evitar que la achucharan.

Pensé: uuuuy, que fissssna esta, que no quiere que nadie se arrime.

La moza se empezaba a poner pálida y resoplar, cuando me dí cuenta que estaba embarazada y a punto de echar el bebé por la boca. Supongo que algo dijo porque los de alrededor también la vieron y se hizo un hueco de repente, donde era prácticamente imposible. Una señora se ofreció a que se colocara donde parecía que corría un poco de aire. Esa misma señora estaba en un lugar sin dónde agarrarse. Otra señora de al lado le ha dado su brazo para que lo hiciera.

Al salir, en la siguiente parada, un señor ayudaba a un ciego ante el caos reinante que lo había sacado de su rutina.


El comportamiento del ser humano es increíble.

Basta que se active el botón del pánico por alguna causa para que aquellos que parecen moverse mecánicamente por la vida, aparezcan como salvadores de una situación anormal.

Ese instinto que nos lleva a ayudarnos mutuamente y que, como el botón, está escondido tras su cristal esperando ser pulsado.

Un botón que hemos usado por aquí en unas cuantas ocasiones ya, en las que hemos minimizado el pánico entre todos, ayudándonos a ver pros y contras y saliendo a flote a fuerza de Palantil^©.

Por cierto, tengo que comprar una caja.

De doce, claro.