Día 486. El adaptador

Hoy ha sido una jornada laboral de vertigo, de esas de trabajar con la presión del "no me da tiempo" y de tomar decisiones alternativas cada 4 minutos.

De esos días de poner a prueba la resistencia de la vejiga urinaria.

Estaba tan K.O. al salir que me he dejado el Reverte ("La piel de tambor") pues, aunque estoy por la mitad y se pone interesante la trama, no tenía cjns de ponerme a leer en el metro.

Necesitaba dejar la mente en blanco y eso, en el suburbano, no es difícil. Basta con ponerse a observar a unos y a otros, cosa que, desde que me llevo lectura al metro, había dejado de hacer.

He podido fijarme en detalles, como, por ejemplo, cómo me he ido adaptando a este nuevo transporte.

Al principio iba esquivando y pidiendo perdón por los achuchones. Ahora me empujan y empujo. Me la pela, que se dice en "vulgo" (plovincia de buenas molcillas).

Es curiosa la camaleonicidad del ser humano para adaptarse a las circunstancias. Lo que al principio te parecen peros y problemas, se acaba volviendo rutina. Como los participantes del realitichou Supervivientes.

O, sin ir tan lejos, adaptarnos al mundo de Poco-oyó, descartando lo que no es necesario oír para tu supervivencia -valga la rebuznancia- en la selva urbana.

Yo, por ejemplo, hace muchos post que no hablo de cómo oigo. No es que haya mejorado, simplemente es que me quejo menos y me lo tomo de otra forma. Algo que no debería hacer, pero trankis que no abandono mi lucha particular.

Y pa colmo al salir del metro llovía a cántaros.

Pues me mojo. Y punto. Es agua, no ácido.

Desde que me empapé, como un melindro en el cola-cao, hace un par de años en una guerra con pistolas de agua en la fiesta de los piratas de Premià de Mar (que bien nus lo pasemos), no uso apenas paraguas. Ni me he resfriado por ello, toco madera.

Eso si, el mp7, a buen recaudo.