Día 401. Newrepro, newreproooooo

Hoy tocaba “repro”, que para los que no sepáis es “reprogramación” (conste que no es catalán, aunque aquí recortemos la mitad de las palabras).

En la sala de estar (también llamadas salas de malestar) tenía al lado a un joven cocleado, al que, a juzgar (o mal juzgar, que también puede ser) por la cara de pocos amigos (y los pirsins que gastaba) no nos hemos atrevido a decirle ni el típico ¿qué, como te va con el implante? (cosa que me preguntaron no hace mucho en la cola del super, el papá de una niña cocleada, ¿remembers?). Creo que muchas ganas de conversación no tenían, ni él ni la madre.

Me han retocado la programación y tengo que decir que sin duda orejo mejor que cuando entré, que esto de las programaciones hay que valorarlo cuando hayan pasado unos días. Lo importante es que no me retumban los sonidos (acabo de oír pasar una ambulancia) y que me parece que tengo más detalles en lo que oigo.

A estas alturas las programaciones milagrosas no son, aunque los cambios se van notando en pequeños detalles a medida que van pasando las horas. Y en eso estoy.

Me han llamado por teléfono y lo he cogido. Sólo he entendido mi nombre, lo cual me ha hecho bajar de las nubes. Pero tampoco había subido tanto, por si acaso.

La nérdota:
Como llegábamos justicos de tiempo y Can Ruti es un martirio para aparcar, he invocado, tal como me enseñaron los maños, a San Agapito, por lo de “San Agapito, San Agapito que aparquemos en un ratito”. Como no funcionaba he probado a San Agaputo (“San Agaputo, que aparquemos en un minuto”). Al final he probado otro y esta vez sí, en la misma puerta, más cerca imposible.


¿Queréis saber a qué Santo pedí ayuda?
San Tadeo, San Tadeo, apárcame ya que me meoooo