Día 295. Dos hombres y un destino

Evaristo madruga, para que Dios le ayude.
Desde que se jubiló sigue cada día la misma rutina.
Carga lo que necesita al hombro y sale de su casa.
Con los pasos cortos que le permiten sus desgastados huesos, llega temprano al frío espigón.
Monta la caña, el carrete, el mosquetón. Traspasa una lombriz con ayuda de la aguja, y la coloca cuidadosamente en el anzuelo, como dándole instrucciones de lo que debe hacer.
Y se sienta pacientemente a esperar que la boya se hunda, avisándole de que la suerte está cerca.
Tras unas horas, con la compañía de una escasa fortuna consigue un pequeño ejemplar, ante la indiferencia del resto de pescadores que están concentrados en su parcela.
Y lo suelta, consciente que ha sido una experiencia pasajera que le aportaba poco.
La mañana no se le da bien a Evaristo, que vuelve a casa despacio sin nada en el cesto de mimbre.
Mirará a Maria que con un simple gesto entenderá que cenan pollo, lo que no altera la sonrisa de complicidad de la pareja.
Algún día picará algún pez grande, otros nada.

Pero seguirá yendo alegre cada día al espigón a hacer lo que más le gusta: pescar.

* * *

Pepe madruga, porque no le ayudará ni Dios.
Desde que se operó sigue cada día la misma rutina.
Se pone el implante en la oreja y sale de su casa.
Con la escasa velocidad que le permite el tráfico, llega al frío ambiente de la agencia donde trabaja.
Enciende el ordenador y espera a que cargue el dichoso Windows, rogándole que esta vez no se cuelgue.
Y empieza a teclear signos raros.
Se pone la radio para intentar entender algo que se le resiste desde diciembre.
De vez en cuando se alegrará de entender algunas palabras sueltas, mientras los compañeros se mueven al ritmo de la música del iTunes.
A las siete, de vuelta a casa, en caravana y sin haber practicado mucho.
Lucía le preguntará qué tal el día, obteniendo casi siempre la misma respuesta: “He entendido poco”.
Pero afortunadamente no alterará el estado de ánimo de ninguno.
Algún día entenderá todo lo que dicen. Otros menos.

Pero seguirá saliendo alegre cada día a la calle, a hacer lo que más le gusta: vivir.