Día 136. Mi Barcelona

Mañana soleada del día después del triplete del F.C.Barcelona.

Lucía y yo llevamos una década haciendo este mismo recorrido en coche cada día para ir a trabajar a esta gran ciudad.

Treinta minutos que no había sabido disfrutar hasta hoy, como si en los ojos llevara unas "anteojeras" como los caballos de rejoneo.

Al entrar al casco urbano mi pequeño Megane se eleva unos diez metros gracias al "scalextrix" de la Plaça de les Glòries, (que vi construir y que en pocos meses veré destruir) dejando ver (mientras en mi cabeza resuena el "Barcelona" de Freddie Mercury y Montserrat Caballé con los recuerdos del 92), los símbolos arquitectónicos sobre el skyline:

La Sagrada Familia (con sus ocho torres, que pronto serán más y más altas, y sus grúas) que algún día futuro prometo ver acabada por fin (y oír sin problemas al locutor de tv3 que retransmita la fiesta inaugural), nuestras particulares torres gemelas sobre el Port Olimpic, mostrándose orgullosas frente a ese mediterráneo (que tantas veces me ha escuchado) y a pocos metros de nuestro paso el nuevo símbolo del modernismo de la ciudad, la torre Agbar, (símbolo metafórico de la "trempera" catalana) que en invierno veo iluminada a la vuelta.

Desde el siguiente semáforo puedo contemplar la polémica plaza de toros Monumental, que se diferencia del resto por tener los huevos, bien puestos, de Dalí y poco más adelante de nuevo la Sagrada Família más cerca como diciendo: "dejad que los Japos se acerquen a mí".

Al entrar en el centro urbano el embudo del cruce con Passeig de Gràcia me deja fotografiar las farolas de las portadas de los libros de Zafón.
Subo por la calle Aribau, que esta tarde se llenará de culés para ver pasar el autobús descapotable con los campeones de Roma.

Dejo a Lucía en su trabajo en Enric Granados y me encamino por la calle Valencia hasta el corte con la calle Bailén donde debería girar.

Pero algo me dice que hoy necesito disfrutar más de estas calles, y sigo recto. Y subo por Sicília para ver la Sagrada Familia en su grandeza. Y giro por Roselló, cruzando la avenida Gaudí (donde trabaja mi hermana, "la Tere") que une la Sagrada Família con el hospital de Sant Pau, que un maldito diciembre del 86 se quedó con mi padre para nunca devolverlo.

Y echándole una mirada de reojo (y rencor), siento que ya debo ir a trabajar, al ancho carrer Aragó, que corta la ciudad por medio como el ojo de Buñuel.

Y siento desde dentro que hoy era un buen día para hacerle este pequeño homenaje a la ciudad que me vió nacer hace 44 años y un mes, en un hospital maternal a escasos metros del Camp Nou, como si desde el más allá me hubieran enseñado un catálogo de viajes y hubiese dicho: "yo quiero crecer aquí".

Gracias Barcelona.