Día 511. Zum zum zum

Estos días se me están acentuando los zumbidos. Ya he dicho que no los llamo tinitus porque se acercan más al ruido del motor de una nevera que a un pitido.

Lo grave del caso es que no encuentro como librarme de ellos. Siempre me habían desaparecido relajándome en decúbito supino, pero últimamente ni eso. Llámalo estrés.

Hoy he ido a comer donde los platos precocinados, un local tranquilo donde casi nunca hay nadie, en compañía de mi último libro, del que hablaré otro día.

He tenido que dejar de leer, mi nevera particular no me dejaba.

Al salir, en la frutería de enfrente, me he hecho con medio kilo de cerezas.

Me he acercado a lo más parecido que he encontrado a un parque, a intentar no pensar en nada, con el único problema de no saber que hacer con el rabito y el hueso. De cada cereza, aclaro. Lo he conseguido a medias, porque mese pasaba por la cabeza que tenía que contarlo en este LOPB, o sea que en algo pensaba.

Sentado en un banco, con una calle semitranquila por detrás, intentaba identificar ruidos, más allá de LOPZ (LO Puto Zumbido). Al reflejarse el tráfico en los cristales de una tienda cercana me he dado cuenca de que discriminaba las motos, pero no muchos coches. LOPZ no me dejaba.

También me he dado cuenca de que confundo pájaros y perros. Todavía. Cada día.

Las palomas revoloteaban a 10 metros sobre mi cabeza. Se supone que hacían algún ruido. Se supone, digo. Yo seguía con mi nevera.

Unos 350 gramos de cerezas después (es que tengo que recuperar 45 años), rabito más, rabito menos y antes de que alguna vecina gruñona me regañara por cómo había dejado el suelo de rabitos y huesitos, me he puesto en marcha camino del despacho, lentamente, como el arranque de los motores del Titanic.

No sin comprobar, en el primer escaparate en el que me he reflejado, que mis amigas palomas no me habían dejado un regalo inolvidable en toda la chepa.