Día 336. Armas de sordete

Hoy tocaba TAC

Y dirás: Y ayer tocó TIC?
Y diré: Tas comío un payasete?

El caso es que me tenían que hacer el TAC de control anual para saber si, después de mi primer cumpleaños infeliz, el tumor se murió definitivamente o le dio por resucitar como los recopilatorios de Queen.

Aunque tenía hora a las 11, me levanté tempranito, para que me ayudara el que ya sabéis (es que no se puede nombrar en vano) y para acabar unos trabajos. Así que me encendí el ordena, me puse delante con mis krispis de rigor, leí la prensa (deportiva) y trabajé un poquillo.

A las 10 y cuarto salimos de casa Lucía y un servidor (los lunes tiene fiesta) por aquello de lo difícil que es aparcar en Can Ruti.

Después de unas cuantas vueltas (en las que siempre me acuerdo del chiste de los gatos) sin éxito, ni rezando a San Agapito (San Agapito, que encuentre aparcamiento prontito) ni a San Agaputo (San Agaputo, como no encuentre, que te entre el escorbuto), conseguimos aparcar con el tiempo justo de registrar la visita en la entrada donde siempre hay colas.

Iba tranquilo porque habían puesto unos ordenadores y no era necesario pasar por la espera del mostrador. Nos dirigimos a las pantallas táctiles, paso la tarjeta sanitaria por el lector, y la pantallita me dice: “pase por el mostrador”. Tócate los webs, la alta tecnología.

Afortunadamente para los TACs no hace falta hacer esta cola, sino la del mostrador de los TACs (¿qué te creías?).

Al llegar a ese otro mostrador le digo a mi señora esposa: “nena, tenemos un problema. Que he desayunado, y no he hecho las 4 horas de ayunas”.
Por suerte se había dejado la sartén en casa. Al comentarlo en el mostrador les he asegurado que el desayuno era un vaso de leche de soja y un puñadito de krispis, cosa que ha hecho gracia al personal sanitario.
Después de asegurarlo con el médico, nos han pasado a la laberíntica sala a esperar.
A esa misma sala ya había venido yo otra vez, sin Lucía (lo conté aquí) y al decir que era sordo y no oiría el aviso, lo tuvieron en cuenta y me llamaron personalmente.

A las doce todavía no me habían llamado, con lo cual, el numerito de las 4 horas nos lo podríamos haber ahorrado.

De repente veo que Lucía pega un bote del asiento vamos para el pasillo desde el que había escuchado el aviso (o eso creía), y nos dicen que no era allí. Vamos a otro y unos pacientes nos dicen que habían oído lo de José Lozano. Total que hemos tenido que preguntar a los de dentro para saber donde me tocaba.

Moraleja: Aún a riesgo de jugarme un buen sartenazo cuando lea este post (y que me diga que no me acompaña más) y comparando la situación con la vivida hace unos meses, tengo que decir que a veces hacerse el pobre sordo, poniendo cara de gato de Shrek (o de rumana pidiendo limosna), funciona.