Día 323. Fred y Ginger

Anoche, saliendo de Segovia, pirduuuun, de la agencia, mientras esperaba en el semáforo de la calle Aragó a que “Johnny Walker” se pusiera en verde, una chica, de unos 30-35 se estaba pegando unos bailoteos ella sola de aquí te espero (nunca mejor dicho).

Por los meneos, al principio creí que llegaba justica al roca y estaba maldiciendo a Johnny por seguir en rojo, mientras intentaba retener la micción.

Y es que los movimientos pélvicos no tenían nada que envidiar a una actuación de Elvis en pleno Las Vegas.

Siendo retorcido como soy, también me pasó por la cabeza (y voy a por el sartenazo) que la Elvira en cuestión se había dejado las bolas chinas puestas (¿y el CLOOONC?).

Otras tres mozas, detrás, se partían de risa viendo como se explayaba a lo Flash Dance mientras cruzaba la calle, en plan estrella de Broadway.

Pues a mi la cosa me dio por pensar.

Me acordé de la canción aquella de Perales, cantada por él y/o por Mocedades, que decía:
“y los muchachos del barrio le llamaban loca…”

Pues a mí, más que risa, me produjo una curiosa sensación de envidia.

Envidia porque a mí, tal como salía de cargadito de la agencia, me hubiera gustao acompañarla en el ritmo, a lo Fred Astaire y Ginger Rogers, hasta soltar toda la tensión acumulada en la jornada laboral, que buena falta me hacía.

¿Y porqué no lo hice?, pues primero por precaución, no fuera que la inestabilidad emocional de Elvira no quedara sólo en un bailoteo, y segundo por ese miedo tonto al ridículo que tenemos a veces, y que nos pone el freno para no hacer cosas “políticamente incorrectas”, tratándonos de locos.

Y pienso otra vez: ¿y quién pone el freno a las locuras?

Y digo que muchas veces, nosotros mismos, un semáforo que tenemos en algún sitio del cerebro que no nos deja pasar de ahí y al que hacemos caso fiel, como si nos quitaran puntos del carné.

¡Qué tontería!

Porque si eso mismo lo haces en una discoteca, entra dentro de lo normal.

Y si lo haces en la cena de fin de año de la empresa, eres el rey de la fiesta.