Día 872. Crónicas de ida y vuelta

Como otros viernes tocaba acompañar al médico a la tita María.

Sus 86 años y sólo uno en Barcelona, son razón suficiente para no ir sola, y mi poca audición, y el hecho de ser cuestiones femeninas, obliga también a mi hermana a acompañarla.

Y dirás: Y tú para qué vas?
Y diré: Porque a la vuelta mi hermana no puede devolverla a la residencia, y dejar que la tita vuelva sola en el taxi es una temeridad

La ida era de chica taxista. Como si se conocieran de toda la vida, nada más subir han entablado una conversación de pisarse las palabras, que unida a la cadena 100 sonando en los altavoces han hecho que yo me dedicara a ver los transeúntes pasar, después de intentar leer las bocas, incluidas las de la taxista, gracias a su espejo panorámico.

El volumen alto de la tita intentando compensar el ruido del tráfico que se unía a la conversación femenina no ayudaba a un mejor entendimiento por mi parte.

Tras la visita, y sin mi hermana, hemos parado a un taxista cercano a la jubilación, de ojos azules y nariz roja, que veía en su pequeño espejo. El taxista era de los habladores, pero los 40 principales y no verle la boca, tampoco me han dejado entender.

13 euros y pico de carrera después entre ida y vuelta no puedo deducir si el entendimiento depende del genero de quien conduce y/o de su conducta, valga la repugnancia.

Y dirás: Y porqué no le has dicho a ninguno que baje la radio?
Y diré: Sencillamente, porque me daba igual, porque son conversaciones que ya de normoyente me hacía el sordo, pensando que esas artificiales amistades de minutos con los taxistas son como un trago de agua, que pasa sin sabor por la garganta y se mea dejando poco dentro.

Y dirás: Y el optimista espíritu Sordisas?
Y diré: Mira, perdido en el final de una mala semana.