Día 838. En el río aquel, tú y yo...

Después de varios días de cielo gris, hoy el lorenzo picaba con fuerza.

Abel tenía que ir a comprarle una pipeta antiparásitos a Pumba, y le he acompañado.

Hemos ido por el Parque del Río Besos.

Al igual que Pumba, para Abel y yo, este mundo de los perros es totalmente nuevo, y, como él, no dejamos de descubrir cada minuto algo nuevo.

Lo primero, pisar el césped. Después de la incertidumbre inicial, ha empezado a dar largas carrera, con las orejas hacia atrás, haciendo círculos. De vez en cuando se paraba a comer verde. Más que un perro parecía una cabra.

Luego, las nuevas amistades. Hasta ayer no sabía que su especie tuviera tantas variedades, de tantos tamaños, y todos más grandes que él. Sin embargo, ha enseñado su valentía encarándose con ellos como un león, y al ver los dientes de los otros, corriendo como un gamo. Cuántos animales tenemos, concentrados en uno !

Los otros dueños se acercan como si nos conociéramos de toda la vida. Supongo que es normal, pero nosotros aún no sabemos las instrucciones de este juego nuevo. El hilo conductor, naturalmente, son los chuchos y su entorno. Nadie ha preguntado por la boda real inglesa, of course. A mí me sigue costando mucho seguir las conversaciónes, a pesar de ser monotema, que lo tendría que poner más fácil.

Los peques se vuelven locos con Pumba. Un querubín simpatiquísimo se ha tirado al suelo nada más verlo, riendo como loco. Y Pumba, encantao. Casi eran del mismo tamaño.

Me ha venido a la cabeza que Abel, de pequeño, hacía lo mismo cuando veía un perrito. También que hacía muchos años que no bajábamos al río. Incluso que ni paseábamos juntos.

En la pared de la casa de mi suegra, y en una repisa de mi comedor, hay una foto desde hace muchos años, con un Abel de 4 años en el mismo parque del río.

Creo que tengo que empezar a darle las gracias a Pumba por muchas razones.